jueves, 24 de marzo de 2011

¿Y los antidepresivos?

Un mes cualquiera de un día cualquiera en una hora cualquiera caes en la cuenta que tu vida ha tomado un rumbo que no esperabas y que francamente, y aunque sea tu vida, te parece detestable. Sabes que tu vida a perdido el rumbo, que las cosas que antes te agradaban ahora sólo te producen flojera y hastío, que no encuentras un lugar al que asirte para no caer en el pantano de la monotonía y la desidia.

No diré que cosas me hicieron caer en esta depresión, pues mi objetivo al escribir esto no es causar lástima o condescendencia, de eso ya he tenido suficiente este último mes. Mi propósito es como siempre dejar constancia de esta etapa, de estas cosas que, cuando lea dentro de un mes, un año o antes de borrar el blog,
me darán risa, nostalgia y hasta un poco de tristeza.

En esta pequeño bache encontré un libro muy bueno llamado Tokio Blues de Haruki Murakami, y dentro de el, una serie de reflexiones que iban desde la muerte hasta el amor. Precisamente les comparto unos cuantos párrafos en dónde el protagonista le escribe una carta a la que fue su primer amor, contándole a lo poco que le sabe la vida sin ella y el gran esfuerzo que tiene que hacer para continuar viviendo, con la esperanza eso si, de encontrarse con ella algún día.
“Es muy reconfortante pensar en ti, yo todavía en la cama y bien tapado. Me da la sensación de que estás junto a mí durmiendo hecha un ovillo. Y pienso en lo maravilloso que sería que esto fuese cierto. A veces me siento muy solo, pero intento afrontar la vida con ánimo. Al igual que todas las mañanas tú cuidas de las aves del gallinero y trabajas en el campo, yo me doy cuerda a mí mismo. Antes de saltar de la cama, lavarme los dientes, afeitarme, desayunar, vestirme, salir de la residencia y llegar a la universidad, ya he dado treinta y seis vueltas a la clavija. Me digo a mí mismo: "¡Vamos! Hoy empieza otro día. ¡Ánimo!". No me había dado cuenta de que hablo mucho solo. Puede que, mientras me doy cuerda, no pare de murmurar todo el tiempo. Es amargo no poder verte, pero, si tú desaparecieras, mi vida en Tokio sería mucho más dura todavía. Es pensando en ti, por las mañanas, en la cama, como me decido a darme cuerda y a vivir un nuevo día. Del mismo modo que tú luchas por seguir adelante allí, yo debo luchar por seguir adelante aquí…”
A veces me siento así, siento que debo darle cuerda a esto, pero resulta que a medio día, ante todas las personas que me rodean la cuerda se acaba, y no puedo seguir más.

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