-Ahora dime, con franqueza: ¿cuándo te empezó la nostalgia?
-Fueron varias etapas. Una primera, esa en que te niegas a
vaciar las maletas porque tienes la ilusión de que el regreso será mañana. Todo
te parece extraño, eres indiferente y sólo quieres divertirte, pasar el rato.
Cuando escuchas los noticieros, sólo pones atención a los sucesos nacionales,
esperando que digan algo de tu ciudad y de tu gente. La segunda etapa es cuando
empiezas a interesarte en lo que sucede alrededor, en los políticos, en lo
malos que son, en cómo mienten los periódicos y en lo que murmura la gente. Y
ya que no puedes volver al estadio universitario a ver jugar a los Pumas, te
vas convirtiendo paulatinamente en seguidor del Atlante, y hasta te empieza a
gustar el beisbol. No obstante, a pesar de la adaptación paulatina, a pesar de
que vas aprendiendo las acepciones locales y ya no dices “vivo a cuatro cuadras
del metro Buenavista”, ni pides en El Parque de Las Palapas (algo así como la Alameda
pero en chiquito) un elote sino una marquesita, ni dices “ya me voy” sino “ya
me quito” y cuando escuchas que alguien te pide un lapicero y habla de un lápiz
o un tajador y quiere un sacapuntas; cuando ya te has metido a codazos en la
selva semántica, igual te siguen angustiando, en el recodo más cursi de la
almita, el goce y el dolor de lo que dejaste, tus padres, hermanos, amigos, los
museos, el transporte efectivo, las plazas, y hasta esas tardes grises de
contaminación tan presente en la ciudad y, por obvias razones geográficas, tan
ausente en el cielo cancunense. No
obstante el tiempo pasa y por fin se borra todo aquello que te impedía el
regreso. Sólo entonces se abre la tercera y definitiva etapa, y ahí sí empieza
la comezón casi absurda, el miedo a perder la bendita identidad, la coacción en
el corazón y la campanita en el cerebro.
Y aunque sabes que el regreso no será un gran logro ni una felicidad
eterna, la vuelta a casa se te va haciendo imprescindible.
Basado-Plagiado de Andamios de Mario Benedetti